Hace años compré en Montevideo un libro llamado Antología de poetas modernistas menores, en la colección de Clásicos Uruguayos, publicado en 1971, compilado por Arturo Sergio Visca, quien fuera director de la Biblioteca Nacional Uruguaya durante la última dictadura (en la entrada del 30 de diciembre de 1977 de sus Diarios, Ángel Rama le dedica un breve comentario: “Noticias de escritores: Visca, progresando en el régimen”).

¿Qué significa poesía menor? Es curioso, pero el libro uruguayo se publicó apenas cuatro años antes que el ya clásico Kafka, por una literatura menor, de Deleuze y Guattari, de 1975, en donde se lee: “menor no califica ya a ciertas literaturas, sino a las condiciones revolucionarias de cualquier literatura en el seno de la llamada mayor o establecida. Incluso aquel que haya tenido la desgracia de nacer en un país de la literatura mayor, debe escribir en su lengua como un judío checo escribe en alemán o como un uzbekistano escribe en ruso. Escribir como un perro que escarba un hoyo, una rata su madriguera. Para eso: encontrar su propio punto de subdesarrollo, su propia jerga, su propio tercer mundo”.

Todo esto viene a cuento de uno de los poemas de la antología uruguaya, un poema menor, es decir un gran poema: “Mi herencia”, publicado en 1894 por Roberto de las Carreras. De las Carrreras fue anarquista, ironista y gran polemista, como queda claro en su polémica con Lafinur y sobre todo, con Herrera Reissing. Cierta vez, Herrera y Reissing lo criticó por haber pasado por el registro civil (¡Un verdadero anarquista jamás se casa!) y nuestro poeta menor le respondió con una carta abierta donde dejaba en ridículo al mayor poeta modernista uruguayo (lo trata de Hobbes, le explica que se estaba casando con “una señorita menor de edad” y que por lo tanto “ella no puede disponer de su fortuna heredada, la cual a no casarme, vagaría sin rumbo”, y termina datando la carta en la “toldería de Montevideo”).

Así comienza el poema “Mi herencia”: “Tengo hace mucho tiempo un enemigo/Grande, fuerte, por todos respetado;/Implacable y feroz conmigo,/Con todo su poder me ha fulminado/Y me encuentro de veras, consternado/Pues me pierde, lector… Como lo digo./¿Quién es? Preguntarás: acaso un vil/detractor? ¿Algún crítico insolente?/¿Una mujer? ¿Tus ochocientos mil/compatriotas? ¿El público? ¿La gente?/No. Mi enemigo es algo más potente/ Es, por desgracia, el Código Civil!”

La historia que cuenta el poema es sencilla, aunque descripta de un modo desopilante: el narrador es el hijo natural de un padre millonario que acaba de morir, y el Código Civil le impide cobrar la herencia. A partir de eso, y durante más de ochocientos versos, de las Carreras narra el pesar del heredero que no fue; situación doblemente grave tratándose de un poeta que no sabe hacer otra cosas más que escribir y tener una vida diletante: “Mi padre, severo, reservado/Firme y recto, me hubiera dedicado/Por su gusto, al comercio o a las ciencias/Más, yo, lleno de sueños y lirismo/Soy un gran holgazán…siempre lo fui/Y si comprendo, con un gran cinismo,/Que los demás trabajen para mí,/Aseguro que nunca concebí/Que ellos pudieran también pensar lo mismo./Sé muy bien que debiera avergonzarme/De ser así. No es cosa muy lúcida/Pero, ¿qué hacer? No puedo reformarme/Y como soy, seré toda mi vida”.